A principios del siglo
XX, se había apreciado la importancia de los anticuerpos
en las respuestas inmunes protectoras, habiéndose
descrito sus propiedades de opsonina, aglutinina, precipitina,
etc. Se había comprobado también, que una
segunda exposición al antígeno en un animal
previamente inmunizado con él, se traducía
en una respuesta de anticuerpos más vigorosa. Gradualmente
se llegó al convencimiento que estos anticuerpos
podían eventualmente producir efectos deletéreos
al organismo, al participar en reacciones conocidas hoy
como Hipersensibilidad. En 1902, Richet y Portier hablaron
de "anafilaxis" para referirse a un frecuente
estado de shock inducido en perros que habían sido
inmunizados con pequeñas dosis de antígeno
de toxina de tentáculos de Actinaria.
Poco después, en 1906, von Pirquet propuso el término
"alergia" para referirse a fenómenos contrarios
al rol protector de la respuesta de inmunidad adaptativa,
los que se manifiestan como daño tisular. Un ejemplo
de estos fenómenos es la anafilaxia, otro es la respuesta
a la inyección de tuberculina en la piel de un individuo
que tiene o ha tenido tuberculosis.
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Posteriormente se inició el estudio de una serie
de condiciones que afectan al hombre en las que el Sistema
Inmune participa produciendo daño tisular (figura
central). Se describió la hipersensibilidad inmediata
y retardada, de acuerdo al tiempo que transcurre entre la
aplicación del antígeno y la aparición
de las manifestaciones clínicas. Utilizando animales
experimentales se llegó al convencimiento de que
la hipersensibilidad inmediata está mediada por anticuerpos
y que puede ser transferida de un animal sensibilizado a
uno normal mediante el traspaso de suero. En cambio, en
la hipersensibilidad retardada, participan células
linfoides y sólo puede ser transferida a un animal
sano al inyectar linfocitos de un animal sensibilizado.
En 1963, Gell y Coombs publicaron una clasificación
de las reacciones alérgicas "responsables de
hipersensibilidad clinica y enfermedad" basada en los
mecanismos involucrados en el daño tisular observado.
Enfatizaron en la necesidad de demostrar la participación
directa de la respuesta inmune en el daño para calificar
una entidad clínica como Hipersensibilidad o Alergia.
Estos autores utilizaron el término alergia para
referirse a un estado específicamente alterado de
un huésped, a raíz de la exposición
a un alergeno. Describieron cuatro vías o tipos principales
de reacciones " por las cuales el individuo o animal
sensibilizado por una experiencia previa con el antígeno,
puede reaccionar y, si la reacción es suficientemente
intensa, sufrir daño como resultado del estado alérgico
". Los cuatro mecanismos básicos de daño
inmunológico descritos por estos autores son: tipo
I o anafiláctico-reagínico, tipo II o citotóxico,
tipo III o por complejos inmunes y tipo IV o celular. Posteriormente
se vió que estos mecanismos de daño, especialmente
los tres últimos operan en el daño tisular
observado en enfermedades autoinmunitarias.
El mecanismo de daño tipo I está mediado por
IgE y células cebadas y es consecuencia de la exposición
a antígenos comunmente llamados alergenos. Las células
cebadas liberan mediadores químicos que alteran la
microcirculación y producen fenómenos inflamatorios
(1).
En el mecanismo tipo II participan como elementos responsables
del daño, la IgG y la IgM las que, al activar
al sistema complemento, producen lisis celular e inflamación.
Este tipo de mecanismo de daño puede también
ocurrir sin la participación del sistema complemento
en cuyo caso se produce acortamiento de la vida media celular
por opsonización mediante inmunoglobulinas o bien
estimulación o inhibición de determinadas
funciones celulares por anticuerpos (2).
El mecanismo de daño tipo III involucra necesariamente
al sistema complemento, el cual es activado in situ por
complejos antígeno- anticuerpo en el interior de
pequeños vasos, produciendo en ellos inflamaciones
exudativas (vasculitis) (3).
En el mecanismo de daño tipo IV, el antígeno
está unido o forma parte de membranas celulares,
determinando una respuesta citolítica por parte de
linfocitos T CD8+ o bien inflamación productiva a
raíz de la liberación de linfoquinas por los
linfocitos TCD4+ (4).
La hipersensibilidad y la autoinmunidad presentan como factor
común, daño tisular provocado por una respuesta
inmune adaptativa.
Es necesario hacer una distinción entre estas patologías
y el daño tisular que suele producirse en el trascurso
de respuestas protectoras frente a diversos microorganismos,
parásitos y virus. La persistencia de un agente injuriante
o respuestas inmunes e inflamatorias exacerbadas, con gran
liberación de mediadores químicos y citoquinas,
pueden conducir a un daño tisular secundario cuyo
origen difiere de aquel encontrado en hipersensibilidad
o autoinmunidad. Por otra parte, algunas respuestas autoinmunes
no se manifiestan como daño tisular.
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Al observar la sintomatología y evolución
clínica de diversos pacientes afectados por hipersensibilidad
o autoinmunidad y al averiguar a través de diversos
métodos cuál es la patogenia de su enfermedad,
se puede dilucidar el mecanismo inmunológico responsable.
En términos de frecuencia, la mayoría de los
casos de hipersensibilidad son consecuencia de los mecanismos
de daño tipos I y IV mientras que en autoinmunidad
participan fundamentalmente los mecanismos de daño
tipos II y III. Sin embargo, en muchas ocaciones ocurre
que la patogenia responsable del daño no corresponde
estrictamente a uno de los mecanismos de daño descritos
por Gell y Coombs, sino a una combinación de ellos.
Por otra parte, a medida que se avanza en el conocimiento
de la inmunología, se ha postulado la participación
de elementos que no fueron conocidos en la época
en la que estos autores plantearon su clasificación.
No obstante, el análisis de los mecanismos de daño
inmunológico de acuerdo a la clasificación
de estos autores, es de gran valor didáctico.
En la hipersensibilidad, la respuesta inmune produce fenómenos
inflamatorios u otras manifestaciones mórbidas a
raíz de la exposición del individuo afectado
a antígenos exógenos. El término hipersensibilidad
ha sido históricamente utilizado como sinónimo
de respuesta inmune exagerada frente a antígenos
que en condiciones normales deberían producir una
respuesta protectora adecuada. Sin embargo, esta definición
merece reparos, ya que en hipersensibilidad, no siempre
existe una respuesta anómala en cuanto a intensidad.
Así, en la hipersensibilidad mediada por mecanismos
de daño inmunológico tipos II, III y IV las
características cualitativas y cuantitativas de la
respuesta suelen ser normales, sin embargo hay daño
a estructuras propias. Diversas circunstancias, ligadas
a la presentación del antígeno, a su naturaleza
química y a la secuencia de eventos que ocurre durante
la respuesta, conducen a que se produzca un daño
tisular cuando el sistema inmune intenta eliminar al antígeno.
De manera que en estos casos, parece necesario considerar
el papel que juega el azar en este tipo de reacciones. Una
excepción a esto es la hipersensibilidad mediada
por un mecanismo de daño tipo I, en la cual existe
generalmente una síntesis exagerada de inmunoglobulina
E ante la presencia de antígenos generalmente inocuos
para la gran mayoría de los individuos.
En la autoinmunidad, el sistema inmune pierde su estado
de tolerancia a antígenos propios y elabora respuestas
efectoras frente a ellos las que pueden cumplir un papel
fisiológico o bien producir daño tisular.
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